Monasterio da Armenteira

HISTORIA

 

El Monasterio de Santa María de Armenteira, declarado Monumento Histórico Artístico, se encuentra ubicado en las inmediaciones del monte Castrove, en Meis, municipio de la provincia de Pontevedra. 

Perteneciente a la Orden Cisterciense, siempre fue un monasterio humilde. A pesar de que se tiene constancia de que su fundación se remonta al siglo XII, la construcción principal, parte de la cual hoy podemos visitar, no fue iniciada hasta cuatrocientos años más tarde, en pleno siglo XVI.  

Tras la marcha obligada de los monjes en el año 1837, el monasterio, salvo la iglesia y la parte visible del claustro, quedó en el olvido durante casi 150 años.


Ya en el siglo XX, más concretamente en el año 1961, D. Carlos de Valle-Inclán, hijo del famoso escritor oriundo de Vilanova de Arousa, Don Ramón María del Valle Inclán, y mientras buscaba los lugares que durante años habían sido fuente de inspiración para su padre, se encontró con el convento de Armenteria, que por entonces, se hallaba en un avanzado estado ruinoso y de casi total abandono. Este motivo lo llevó a fundar la asociación “Amigos de Armenteira”, que a la postre, sería la encargada de la reconstrucción del monasterio. Gracias a esta iniciativa, el lugar despertó la atención de un grupo de monjas que procedentes del Monasterio de Alloz, en Navarra, decidieron en 1989 trasladarse a Galicia y restaurar en Armenteira la vida cisterciense.

  ARQUITECTURA

 

La arquitectura del monasterio de Armenteira pertenece al llamado estilo cisterciense. Cuenta además con varias características del románico gallego e inclusión de algunos elementos mozárabes.

 

Del primitivo monasterio sólo queda en pie la iglesia, construida en 1167 y en la cual destaca su sobria sencillez y austeridad, cuenta no obstante, con todos los rasgos de la simbología y la espiritualidad del Císter. El juego de luces y sombras manifiesta la realidad de la monja, en una clara referencia a la persona humana y su relación con Dios.

 

En su interior encontramos verdaderas joyas para el visitante, como el  sepulcro de don Álvaro de Mendoza y Sotomayor, con su enorme escudo de armas y su estatua yacente, envuelto en un largo manto y armado con su espada.

 

También podemos contemplar aquí las esculturas de San Benito y San Bernardo, procedentes del taller compostelano de José Ferreiro, quién durante el siglo XVIII, fue uno de los escultores más famosos y prolíficos de Galicia. También procede de este mismo taller el llamado Cristo de la Paciencia, al que se le rinde aquí una gran devoción. Pero quizás la pieza más conocida y adorada por parte de los fieles de la comarca es la imagen de Nuestra Señora, conocida en la zona como la Virgen de las Cabezas. 

 

Tres naves muy simples, cubiertas con bóvedas ligeramente apuntadas, armónicas en sus líneas, expresan el orden y la simplicidad del despojo. 

 

Al fondo de la nave central, encontramos un llamativo rosetón de calados geométricos con claras influencias mudéjares. De él se ha dicho que es uno de los más bellos que existen en el mundo, ya que parece abrirse como una flor. Por él penetra el sol mortecino del poniente antes de que las sombras tomen de nuevo el recinto a la caída de la noche. Las iglesias cistercienses están orientadas a oriente, en busca de la primera luz del alba; con su planta ligeramente elevada sobre el plano del monasterio, aguarda siempre la llegada del Sol naciente: Cristo.

El actual claustro se comenzó a construir durante la segunda mitad del siglo XVI, en él se muestra una notoria variedad de claves de bóveda debido a las diferentes épocas de su construcción,  la cual se prolongó durante más de un siglo, concretamente entre 1575 y 1778.

La puerta de acceso es lo único que queda hoy en día del primitivo claustro. En la actualidad se encuentra adosado a la iglesia por su costado meridional. Es de forma cuadrada, muy austera, y tiene dos plantas. Las bóvedas de esta planta inferior son de crucería (sellos góticos de los siglos XVI y XVII) y son de variada complejidad según el corredor en que nos encontremos. La comunicación de los pasillos con el patio exterior se hace mediante grandes arcos de medio punto.

 

"Que ninguna inquietud turbe tu reposo. Vives en un lugar retirado, bien plantado, regado y fértil. Te rodea un valle umbroso de bosques; se oye en primavera el dulce gorjeo de los pájaros; tienes materia más que suficiente para reanimar un corazón glacial, disipar el fastidio y enternecer la dureza de un alma sin devoción"

 Gilberto de Hoyland.

TRADICIÓN

  

Es costumbre en Santa María de Armenteira, que todos los años, en el día de Lunes de Pascua, los vecinos se acercan hasta aquí, a pie, siguiendo el camino de los antiguos peregrinos, para honrar a la conocida Virgen de las Cabezas. La tradición dice que hay que asistir a misa con una imagen de cera sobre la cabeza. Es una forma de honrar y dar gracias por todo lo concedido. A esta Virgen, tal y como su nombre indica, se le atribuyen cualidades benéficas relacionadas con la cabeza, y por lo tanto muchos fieles con problemas como cefaleas, migrañas, e incluso enfermedades más graves relacionadas con la cabeza, se acercan a pedirle a la Virgen su intercesión para la cura de sus males. Es común el ver en el altar diversos exvotos con forma de cabeza, ya que ésta, es la forma de que los fieles pidan a la Virgen por su curación. 


Talla de madera policromada del siglo XVI que representa la figura de la Virgen de las Cabezas, con un pecho desnudo y sujetando al Niño. La imagen se relaciona con la aparición de la Virgen al monje cisterciense San Bernardo, a quien le agradeció su devoción permitiéndole probar unas gotas de la leche con la que amamantaba al Niño.



LEYENDA

 

Cuenta una vieja leyenda,  cuya historia aparece relatada en una de las Cantigas recopiladas por el rey Alfonso X el Sabio, que en el año 1149, Ero (actualmente San Ero) de Armenteira, noble gallego al servicio en la corte de Alfonso VII, sentía la imperiosa necesidad de poder gozar de una amplia descendencia. Pero por razones desconocidas para él, el Señor no quiso concederle este deseo, lo que sumió a Ero y a su esposa en un profundo e inconsolable dolor. Una noche, Ero y su esposa compartieron un mismo sueño, en él, la Virgen se les aparecía y les decía que fundasen un monasterio, así tendrían una amplia descendencia espiritual, mucho más importante y satisfactoria que cualquier otra descendencia terrenal.

 

Así fue como Ero, acatando la voluntad divina, tomó la importante decisión de vivir en la soledad de una ermita, mientras ordenaba transformar uno de sus palacios en monasterio. Solicitó monjes cistercienses a San Bernardo de Claraval, en Francia, quien atendiendo su solicitud le envió cuatro monjes. 

 

Con el transcurrir de los años, el propio Ero acabó convirtiéndose en Abad del monasterio que él mismo había ordenado construir. Por su parte, su esposa, acompañada de varias de las damas que tenía a su servicio, se retiraron a otro monasterio construido igualmente por orden y deseo de su esposo.

Durante los años que transcurrieron a este hecho, el ya abad Ero se preguntaba a menudo cómo sería el Paraíso, y le rogaba cada noche a la Virgen que le concediese el honor de poder contemplarlo con sus propios ojos. Así, una tarde, paseando por el bosque de monte Castrove, junto al monasterio, Ero quedó cautivado por el armonioso canto de un pequeño pajarillo. Se sentó junto a una fuente de aguas claras mientras lo escuchaba y  bajo la sombra de un frondoso árbol, convencido de que aquello tenía que ser su ansiada visión del Paraíso, se dejó llevar por la beatitud del momento, olvidándose por un instante de todo cuanto lo rodeaba. Cuando decidió regresar al monasterio, se sorprendió al comprobar que no reconocía a ninguno de los monjes que lo recibieron.

Tras buscar el motivo de tan extraño acontecimiento, descubrió con asombro que habían transcurrido nada menos que doscientos años desde que había salido a dar su habitual paseo por el bosque. Tras esto, el anciano abad falleció al instante ante la mirada de los nuevos monjes que moraban por entonces en el monasterio.


En la actualidad, la comunidad del convento se dedica principalmente a la elaboración de jabón natural artesano y otros artículos cosméticos si bien también atienden la hospedería y cultivan el campo practicando la agricultura ecológica. Todo monasterio cisterciense cuenta con una portería que, en este caso, es también tienda donde, además de los jabones, venden iconos, cerámica, libros religiosos y artículos procedentes de otros monasterios.